EL ARTE DE GANAR

 Cómo usar el ataque en campañas electorales exitosas, Durán Barba explota sus experiencias con diversos candidatos y brinda recetas de fácil aplicación para conquistar a la opinión pública. Pero lo que no explica es el concepto de opinión pública implícito en toda su teoría. Para este modo de entender la comunicación política, del otro lado de los medios ya no hay personas, sino consumidores: es la comunicación al servicio del consumo. El modelo para imitar es el de las cadenas de “comida rápida” como una hamburguesa precocida cumple con los requisitos de la ingesta inmediata: los candidatos no son dirigentes porque son figuras, sus discursos carecen de contenido porque son eslóganes, sus propuestas son llamativas porque responden a los temas de la agenda de los medios locales. Y todo condimentado con una fuerte alianza entre este estilo de construcción y el blindaje mediático a prueba de cuestionamientos, porque los medios mayoritarios responden a los mismos intereses del establishment que el “candidato” elegido. Su estrategia se afirma sobre las bases del marketing y de la malversación del discurso. Básicamente, sobre el concepto de la propaganda sustentado en la teoría de que se puede inducir el comportamiento de los clientes con estímulos relativamente simples, casi subconscientes. 





La imagen pública ya no depende de la gestión, de la trayectoria, de la ideología o de las propuestas de un candidato: depende de la construcción mediática de los grupos oligopólicos que proyectan una y mil veces el mismo mensaje. Respetan a rajatabla la agenda mediática, inventan necesidades, las instalan ante su público y luego construyen el candidato a medida. Es la despolitización de las campañas políticas, digitada por los medios y por los empresarios que fomentan las candidaturas para proteger sus intereses. Entonces, para todos los candidatos que no encajan con este modelo prediseñado, utilizan el concepto de “vieja política”. De ahí surge la malversación del discurso: los candidatos con propuestas sociales, políticas y económicas ortodoxas del neoliberalismo, son presentados como la renovación, como una propuesta superadora de los “viejos” partidos políticos. La ideología pierde valor frente a la negación de la política. La trayectoria pierde valor frente a la novedad. La gestión pierde valor frente al bombardeo de propuestas rimbombantes y marketineras. Y surte el efecto del combo explosivo: los medios operan para que las propuestas irrealizables surjan como la alternativa y luego, cuando queda en evidencia la imposibilidad, repiten con megáfonos que la responsabilidad de ese fracaso es de otro (otro candidato, otro funcionario, otro


gobierno). Pero todo ese desarrollo teórico tiene su sustento en su análisis respecto a lo que quiere el electorado y en este sentido Durán Barba sostiene que “en la práctica vivimos una situación en la cual los ciudadanos son reticentes a que los representen organizaciones de cualquier tipo. En las encuestas, la mayoría de los latinoamericanos rechaza a los partidos. Los electores son individualistas, más autónomos que antaño, cuando votan no dependen mucho de autoridades morales o dirigentes intermedios y tampoco quieren subordinarse a partidos” (Durán Barba y Nieto, 2011: 63). En su lectura del cierre de campaña de los candidatos a legisladores nacionales por la provincia de Buenos Aires del año 2009, el autor apela a la


incidencia de un programa de televisión: “La vida cotidiana y el gusto de la mayoría de los electores impusieron su agenda por sobre las preferencias de quienes nos educamos en la época de las ideologías.

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